El singular sabor del pisco no solo ha propiciado la creación de señeras muestras de lo que denominamos “sabor nacional”. Su encanto e historia también ha hecho que artistas plásticos y de las letras dediquen parte de su trabajo a realzarlo.
Algo de ello puede apreciarse en la muestra Lima, la ciudad del Pisco Sour, la cual permanecerá hasta el próximo sábado en el edificio Wiese, en la esquina de los jirones Carabaya y Miró Quesada, a pocos metros de uno de los templos donde se rinde culto a esta bebida: el bar del hotel Maury.
Pisco adentro
Piezas de la autoría de Enrique Galdós Rivas y José Torres Bohl comparten ambiente con el trabajo del ceramista José Pareja Yañac.
También con botellas que guardan en su interior el espirituoso brebaje, provenientes de varios de los más prestigiosos viñedos del país; además de fotografías de personajes y locales ayer y hoy vinculados a la producción y difusión de la bebida nacional.
A eso se suman objetos propios de la indumentaria y el equipo de trabajo del legendario barman del hotel Maury, Eloy Cuadros, así como un espacio de degustación gratuita durante las tardes, a cargo de Jorge Kanashiro, prestigioso profesional de estas lides y profundo conocedor de todo el proceso que conlleva, primero, a producir el pisco, y luego a convertir este en nuestro cóctel de bandera.
“El Perú es el único país que tiene uvas pequeñas, como las quebranta o las tonel”, explica el barman. “Cuando llegaron acá eran grandes, como lo son aún en otras partes del mundo, pero fueron variando”. De ahí que el sabor de ninguna de las bebidas hechas en base a este fruto puede equipararse con el del pisco peruano. Ni el de la grapa italiana, y mucho menos el del aguardiente chileno.
Gratificante recorrido
Quien haya recorrido con curiosidad y espíritu bohemio los bares de Lima, disfrutará en la muestra de las pinturas de Torres Bohl de los tradicionales puntos de encuentro donde el pisco reina: el bar del hotel Bolívar, el Queirolo, el Cordano o el Juanito.
Los óleos de Galdós Rivas representando aves coloridas y una escena de una pelea de gallos nos llevan hacia Pisco, el cálido paraje iqueño. Remiten a la etimología de dicho nombre (proviene del vocablo usado por los primeros habitantes de este lugar para nombrar a los pájaros) y a “El Caballero Carmelo”, cuento del iqueño Abraham Valdelomar.
Como anota su curador, César Costa Aish, la intención es estructurar un universo; una representación de los lazos entre esa dama elegante que es Lima y sus habitantes, que brindan por ella con pisco sour y, de paso, celebran su historia y la vida.
ANDINA.
Algo de ello puede apreciarse en la muestra Lima, la ciudad del Pisco Sour, la cual permanecerá hasta el próximo sábado en el edificio Wiese, en la esquina de los jirones Carabaya y Miró Quesada, a pocos metros de uno de los templos donde se rinde culto a esta bebida: el bar del hotel Maury.
Pisco adentro
Piezas de la autoría de Enrique Galdós Rivas y José Torres Bohl comparten ambiente con el trabajo del ceramista José Pareja Yañac.
También con botellas que guardan en su interior el espirituoso brebaje, provenientes de varios de los más prestigiosos viñedos del país; además de fotografías de personajes y locales ayer y hoy vinculados a la producción y difusión de la bebida nacional.
A eso se suman objetos propios de la indumentaria y el equipo de trabajo del legendario barman del hotel Maury, Eloy Cuadros, así como un espacio de degustación gratuita durante las tardes, a cargo de Jorge Kanashiro, prestigioso profesional de estas lides y profundo conocedor de todo el proceso que conlleva, primero, a producir el pisco, y luego a convertir este en nuestro cóctel de bandera.
“El Perú es el único país que tiene uvas pequeñas, como las quebranta o las tonel”, explica el barman. “Cuando llegaron acá eran grandes, como lo son aún en otras partes del mundo, pero fueron variando”. De ahí que el sabor de ninguna de las bebidas hechas en base a este fruto puede equipararse con el del pisco peruano. Ni el de la grapa italiana, y mucho menos el del aguardiente chileno.
Gratificante recorrido
Quien haya recorrido con curiosidad y espíritu bohemio los bares de Lima, disfrutará en la muestra de las pinturas de Torres Bohl de los tradicionales puntos de encuentro donde el pisco reina: el bar del hotel Bolívar, el Queirolo, el Cordano o el Juanito.
Los óleos de Galdós Rivas representando aves coloridas y una escena de una pelea de gallos nos llevan hacia Pisco, el cálido paraje iqueño. Remiten a la etimología de dicho nombre (proviene del vocablo usado por los primeros habitantes de este lugar para nombrar a los pájaros) y a “El Caballero Carmelo”, cuento del iqueño Abraham Valdelomar.
Como anota su curador, César Costa Aish, la intención es estructurar un universo; una representación de los lazos entre esa dama elegante que es Lima y sus habitantes, que brindan por ella con pisco sour y, de paso, celebran su historia y la vida.
ANDINA.
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